Defensores del Evangelio

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¿Cómo reconocer a un verdadero Ministro de Dios?

¿Cuántos ministros de Cristo conoce usted? ¿Cuántos hay en el área donde reside? ¿En cuántos confía? ¿A cuál escucha y sigue, encomendando su alma a su cuidado? Para las decisiones tomadas referente a la fe que profesa, ¿siempre ha tomado en cuenta la presencia en el mundo de "falsos apóstoles, obreros fraudulentos","ministros" de Satanás que "se disfrazan como ministros de justicia" (2 Corintios 11:11-15)? 

¿Falsos Ministros? Los hay. Siempre los ha habido. ¿Distingue usted sabiamente entre ellos y los ministros verdaderos de Cristo? ¿Ha sabido darle a los factores siguientes la importancia que ameritan? 

El ministro aprobado por Cristo es humilde, rechazando títulos tales como "Reverendo" y "Padre". "Pero vosotros no queréis que os llamen Rabí. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra. No seáis llamados maestros" (Mateo 23:1-12). El alma a salvar es la suya, los ojos que leen son suyos y su mente entiende. Pues, no se turbe con argumentos humanos hechos para justificar el uso de títulos religiosos. El ministro verdadero de Cristo ni siquiera los presentaría. 

El siervo y sacerdote auténtico de Cristo es ministro competente "de un nuevo pacto" (2 Corintios 3:4-18). 

Domina bien el contenido del Nuevo Testamento, comprendiendo que tanto la ley (la antigua) como el sacerdocio levítico Dios los ha cambiado (Hebreos 7:12). Por lo tanto, no ostenta vestiduras clericales tales como sotanas sino que se viste con modestia de acuerdo con las modas aceptables. Tampoco instruye conforme al Antiguo Testamento sino conforme al Nuevo, pues es ministro del Nuevo, no del Antiguo. Por consiguiente, uno de sus temas principales es: "A libertad fuisteis llamados" (Gálatas 5:13). 

No ata a los creyentes la carga pesada sin valor espiritual alguno, de sábados, carnes prohibidas, días de fiesta, diezmos, incienso, etc. (Colosenses 2:14-16; 1 Timoteo 4:1-5). 

Proclama "un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas" (Hebreos 8:6-13). El sacerdote auténtico de Cristo es ministro competente del Nuevo Testamento, no de costumbres y supersticiones religiosas. 

Predica la "sana doctrina" (Tito 2:1), no invalidando los mandamientos de Dios por tradiciones (Mateo 15:1-9). Si la tradición, por antigua que se tenga, no concuerda con la Biblia, desecha la tradición, no la Biblia. 

No se engaña a sí mismo ni engaña a otros "por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres" (Colosenses 2:8). Su único credo infalible es el Nuevo Testamento del cual Dios le ha hecho ministro. No cita como inspirados ni los escritos de líderes religiosos de renombre ni los decretos de concilios. Su competencia en el Nuevo Testamento y en toda materia relacionada a la salvación es Dios (2 Corintios 3:6) por medio del estudio asiduo, la meditación y la oración (1 Timoteo 4:13; Hechos 6:2-4).

El sacerdote ejemplar de Cristo guarda celosamente su testimonio. Será "ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor espíritu, fe y pureza" (1 Timoteo 4:12). De no tener el don de contienda, se casará, como se casarón Pedro (Mateo 8:14-17), "los otros apóstoles, y los hermanos del Señor" (1 corintios 9:1-5). ¿No es de los apóstatas quienes prohibirían casarse? (1 Timoteo 4:1-3). Sabe que los obispos deben ser casados y con hijos creyentes (1 Timoteo 3:1-7). No avergonzará a Cristo y a la iglesia cayendo en fornicaciones y adulterios. 

El ministro cualificado a quien ama el Señor se contenta con un sueldo adecuado, teniendo derecho de recibir sostén (1 Corintios 9:1-16). No toma "la piedad como fuente de ganancia" (1 Timoteo 6:3-5). No es sacerdote levítico. No vive bajo el Antiguo Testamento. Por lo tanto, no reclama el derecho a diezmos. Es del Nuevo Testamento. De las ofrendas voluntarias dadas el primer día de cada semana (1 Corintios 16:1,2) recibe salario. No es mercader de artefactos religiosos ni comercializa el evangelio con ventas de artículos "ungidos". Se cuida de no manipular sicológicamente a los creyentes con miras a extraerles mucho dinero. Para él la iglesia no es una "casa de mercado" (Juan 2:13-22), ni "por avaricia" hace "mercadería" de los humildes "con palabras fingidas" (2 Pedro 2:1-3) -promesas de prosperidad, amenazas, supuestas revelaciones, etc. 

Es honesto, honrado, desinteresado. Es ministro "útil al Señor" (2 Timoteo 2:20-25), al predicar y enseñar siempre trae "palabra bien comprensible" (1 Corintios 14:7-11). No prorrumpe en lenguas extáticas las cuales no edifican pues no se entienden. En todo momento ejerce el dominio propio, no dando lugar a un exceso de emociones y gritería (2 Timoteo 1:7; Efesios 4:31) pues comprende que el "poder de Dios  para salvación" es el evangelio (Romanos 1:16), no el emocionalismo o el éxtasis religioso al cual fácilmente cae preso el oyente que quedara sugestionado o hipnotizado. 

El fiel administrador de la multiforme gracia de Dios (1 Corintios 4:1-6) por medio de quien puede obrar el Señor, enseña la forma bíblica de adorar a Dios. Evitando los dos extremos peligrosos del ritualismos frío y el desorden alborotoso, asegura que todo se haga "decentemente y con orden" (1 Corintios 14:40). A los que se reúnen con él no los incita a manifestaciones emotivas descontroladas, ni permite que hablen lenguas extáticas, o que oren muchos a la vez en voz alta, pues su Dios "no es Dios de confusión sino de paz" (1 Corintios 14:15-33). 

Estas verdades sobre las cualificaciones y el proceder del ministro aprobado de Cristo son claros e irrefutables. Puede que otros ministros logren reunir a muchos seguidores, construyan grandes e imponentes templos y lleven a cabo obras muy abarcadoras. Pero, si "medran falsificando la palabra de Dios" (2 Corintios 2:17) su éxito redundará en favor de la cuenta - no de Cristo sino de Satanás.


Una diferencia muy grande entre el que está equivocado y el falso maestro, es que el primero está sencillamente errado pero tiene un corazón noble y está dispuesto para corregir su error y a ser enseñado en la verdad de la Palabra. El falso maestro no admite corrección, siempre tiene la razón y no es sumiso a la Palabra de Dios, es pretencioso y arrogante, da más importancia a las doctrinas de su organización, de su denominación, de su tradición y de su mente que a la Biblia.

Es necesario que escudriñemos la Escritura y estemos dispuestos a corregir nuestros errores pues muchos falsos maestros comenzaron con malas interpretaciones a la Biblia.  ¿Sirve usted a Dios de acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de un ministro competente del Nuevo Testamento? Si no, ¿por qué no procura conocer a uno, pidiéndole que le bautice "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mateo 28:18-20) "para el perdón de pecados" (Hechos 2:38)? El lo hará, y Cristo le añadirá a usted a la iglesia (Hechos 2:47) donde se predica y se vive la doctrina más sana.

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