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La Verdad del "Modelo de Jesus" o G12


La palabra jerarquía da a entender una ordenación en escala de superioridad y proviene del término griego hierarchia, que originalmente se aplicaba a una administración de orden espiritual o sagrado, por derivar de hieros, que hace alusión a las funciones sagradas o a las cosas santas, y de archô, que indica una administración o un gobierno.

En el Nuevo Testamento no encontramos la palabra jerarquía ni una sola vez, porque Jesús no estableció en la tierra una jerarquía encabezada por un representante suyo, o por un cuerpo o grupo de personas que gobernasen en su nombre a la Congregación de Dios. El único gobernante de su cuerpo, o sea de sus discípulos, era y es él mismo, y todos sus seguidores debían caminar unidos por el espíritu de su enseñanza, mientras en armonía con su disponibilidad y sus capacidades, cumplían con las responsabilidades recibidas en beneficio de sus hermanos y la difusión de la buena nueva.

Es cierto sin embargo, que había entre ellos quienes estaban investidos de una mayor autoridad derivada de la responsabilidad que su servicio conllevaba, una autoridad moral que les permitía defender la pureza en la enseñanza y mantener el orden en la administración de asistencia a los demás, estableciendo una relación fundamentada en la confianza y en el amor.

Durante su ministerio, Jesús había contrastado la conducta de los escribas y fariseos que impartían la enseñanza religiosa, con la que sus seguidores debían adoptar, diciendo: “Los escribas y los fariseos se han sentado en el puesto de Moisés; practicad pues lo que os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque sobre la espalda de las personas colocan unas cargas pesadas y difíciles de llevar y ellos no las tocan ni con un dedo. Hacen todas las cosas para que los hombres les vean; ensanchan sus filacterias, alargan los flecos de sus mantos, aman los mejores puestos en las fiestas y en los asientos de las sinagogas, los saludos en las plazas de mercado y el que la gente les llame maestros. Sin embargo vosotros no permitáis que os llamen maestros, porque solo uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos; además, a nadie llaméis Padre vuestro en la tierra, porque solo uno es vuestro Padre, el del cielo, y no permitáis que os llamen superiores, porque uno solo es vuestro superior: Cristo. Aquel que entre vosotros sea mayor, os servirá, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. (Mateo 23:8 -11)

Por esta razón, los que en la Congregación ejercían autoridad, debían ser para todos un ejemplo, mientras servían en favor de sus hermanos, instruyéndose y permaneciendo fieles a la enseñanza recibida, y todos debían tratarles con el respeto, la lealtad y la honra que a la luz de las Escrituras, su labor mereciese.

Pablo escribe a Timoteo: “Para los fieles debes mostrarte un ejemplo en las palabras, en la manera de vivir, en el amor, en la fe y en la castidad. Mientras esperas mi llegada dedícate a la lectura, a la exhortación y a la enseñanza, sin descuidar el privilegio que tienes y que por indicación de los profetas te fue transmitido por los ancianos mediante la imposición de las manos. Ocúpate de estas cosas dedicándote a ellas completamente, para que tu progreso sea manifiesto delante de todos; cuídate y cuida de tu enseñanza. Persevera en estas cosas porque al hacerlo te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan”. (1Timoteo 4:12-16)

Y escribió a los efesios: “Cristo Jesús nos ha extendido generosamente el don gratuito a cada uno de nosotros, tal cómo está escrito: ‘Ascendiendo al cielo abolió la esclavitud y distribuyó dones a los hombres’… Él es quien ha establecido a algunos como apóstoles, a otros como profetas y a otros como pastores y maestros, con el propósito de adecuar a los santos para la obra de ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo; así que cada uno, sabiéndose un hijo adoptivo de Dios, pueda alcanzar la unidad en la fe y llegar a una madurez que esté al nivel del Cristo. No seamos entonces como niños, agitados y llevados de aquí para allá por cualquier ráfaga de doctrina, según el engaño de hombres y de su intrigante astucia que lleva al error. Profesando la verdad, vayamos creciendo a través del amor en armonía con Cristo, que es la cabeza a la que todo el cuerpo está acordemente unido, y que con la ayuda de cada una de las junturas y según la energía propia de cada miembro, va recibiendo fuerza para crecer y edificarse en el amor”. (Efesios 4:7-16)

A través del espíritu, Jesús dirigía la Congregación y favorecía a los discípulos con los dones que les capacitaban para su servicio en ella, por esto dice Pablo: “…nos pertenecemos unos a otros formando un solo cuerpo junto con Cristo y gracias a su favor, se nos han asignado distintos dones… si el don es el de profecía, profeticemos en relación a la fe, y si es el de servicio, dediquémonos a este ministerio. El que sea maestro, a la enseñanza, el que exhorte, a animar, el que hace participar a otros, lo haga con sencillez. El que presida, lo haga con diligencia y el que deba distribuir, lo haga con alegría. Procurad que vuestro amor sea sin hipocresía y apegaos a lo que es bueno, odiando lo malo. Teneros unos a otros fraternal afecto y tomad la iniciativa en mostraros honra”. (Romanos 12:-5-10) Y escribe en otra carta refiriéndose a su encargo: “…considerad que solo somos hombres, unos ayudantes de Cristo en la administración de las revelaciones divinas, y lo que se exige a cada uno de los administradores es la fidelidad; (1Corintios 4:1-2) por este motivo les exhorta a que asuman: “…el principio de no ir más allá de lo que está escrito, de manera que ninguno se sienta superior a los demás”, pues dice “¿Que es lo que a ti te distingue de otro? ¿Que tienes tú que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿Por qué te envaneces cómo si no hubiese sido así?” (1Corintios 4:6-7)

En armonía con esto, después de amonestar a algunos discípulos, escribe a los corintios:  “…no es que pretendamos ser los señores de vuestra fe, solo colaboradores vuestros para que podáis estar gozosos, puesto que en la fe estáis ya firmes”. (2Corintios 1:24) Ninguno debe pues someter su libertad de conciencia a otros hombres ni puede ir más allá de lo que las Escrituras dicen o impartir cómo enseñanza puntos de vista o ideas personales, imponiendo cargas sobre los demás; Pablo escribe: “¿Quién eres tu para juzgar al servidor de otro? El que se mantenga en pié o caiga no es asunto tuyo si no de su señor. Y si se mantiene en pié, es porque Dios lo quiere así”. (Romanos 14:4) Para los seguidores de Jesús “…hay un solo Dios y solo un mediador entre Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús”, (1Timoteo 2:5) que “…después de haber cumplido con la purificación de los pecados mediante el sacrificio de expiación, se ha sentado a la diestra de la Majestad divina en el más alto de los cielos y ha adquirido una naturaleza tan superior a la de los ángeles, cuanto mayor es su responsabilidad en la posición que le ha sido otorgada”. (Hebreos 1:3-4) A través suyo, todos los que buscan a Dios pueden llegar hasta él; él ha sido revestido de autoridad por el Padre porque en servicio de los hijos de Adán, renunció voluntariamente a su vida en los cielos para recibir una vida cómo hombre y ofrecerla en redención de la que por causa de la muerte heredada, sus hermanos jamás podrían lograr, poniendo a su alcance mediante la fe en el propósito de Dios, el don gratuito de la justificación y la vida eterna.

8 Debido al encargo que Cristo aceptó y llevó a cabo con completa entrega y fidelidad, Dios le ha concedido autoridad sobre todas las cosas, y del mismo modo, la autoridad de sus discípulos proviene de la responsabilidad de sus encargos y de la fidelidad y disponibilidad que muestran. El orden jerárquico de la Congregación de Dios no corresponde pues al orden de las jerarquías humanas, que por derecho de nacimiento o cómo prebenda, otorgan a algunos, la superioridad y el poder sobre los demás. Jesús había dicho a sus discípulos: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas y aquellos que las someten bajo su dominio, son llamados benefactores; pero no debe ser así entre vosotros, mas bien, el que sea entre vosotros mayor, será cómo el menor y el que administre, será igual al que sirve. Porque ¿Quien es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que se sienta a la mesa? Pero yo estoy entre vosotros cómo el que sirve”. (Lucas 22:27)

Pablo, uno de los ‘mayores’ en la Congregación de Dios, muestra el espíritu de este orden escribiendo a sus hermanos con ternura: “…si es verdad que Cristo os ha liberado, si encontráis consuelo en el amor y estáis dispuestos a compartir lo que poseéis, si es cierto que entre vosotros existe comprensión y tierno afecto, dadme también la alegría de comunicarme que estáis unidos por el mismo amor y por los mismos sentimientos. No debéis hacer nada por espíritu de parcialidad o por vanidad, sino con modestia; cada uno debe considerar a los demás cómo superiores a si mismo y ninguno debe buscar su propio interés sino el de los demás. Debéis tener la misma disposición de Jesús Cristo, que a pesar de existir en forma divina, no buscó hacerse igual a Dios, y abandonando su posición, asumió la condición de un servidor, haciéndose igual a los hombres; y cuando se encontró en la condición humana, se humilló a si mismo y se hizo obediente hasta la muerte, una muerte de sacrificio. Por esta razón Dios le ha elevado a una posición superior, y le ha dado un nombre más sobresaliente que cualquier otro, para que ante el nombre de Jesús, todos los que están en los cielos, sobre la tierra o bajo la tierra, doblen las rodillas, y todas las bocas proclamen que Jesús Cristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2:1-11)

Antes de su último viaje a Jerusalén, Pablo quiso despedirse de los ancianos de Éfeso y les dijo: …yo no considero el valor de mi vida con el fin de acabar la carrera y cumplir con el ministerio que del Señor Jesús he recibido para dar testimonio de la buena nueva del don de Dios; y ahora sé que ninguno de vosotros, entre quienes he viajado predicando el Reino, volveréis a ver mi rostro. Por esto en este día de hoy, os doy testimonio de que estoy limpio de la sangre de todos, puesto que no me he retraído de anunciaros todo el propósito de Dios. Cuidaos y cuidad de todo el rebaño donde el espíritu santo os ha colocado cómo vigilantes para que apacentéis a la Congregación de Dios, adquirida por él mediante la sangre de su hijo; porque yo sé que después de mi partida se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño, y que también de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras de sí. Vigilad pues y acordaos de que durante tres años no he cesado de amonestaros día y noche con lágrimas en los ojos”. (Hechos 20:24-31)

En armonía con estas palabras, tras la muerte de los apóstoles, la Congregación de Dios, adquirida por él mediante la sangre de su hijo”, que habían apacentado bajo el cuidado de Cristo, fue sustituida por la anunciada apostasía. Pedro había ya escrito: “…tal cómo hubo falsos profetas entre el pueblo, también habrá entre vosotros falsos maestros que disimuladamente introducirán herejías destructivas y renegarán del Señor que los ha rescatado, atrayendo sobre si mismos una ruina que no esperan. Y muchos les seguirán en su corrupción, de modo que por su culpa se hablará injuriosamente de la vía de la verdad, ya que por causa de su codicia, os defraudarán con palabras falsas…” (2Pedro 2:1-2) Y también Pablo escribió a Timoteo: “…todos los que quieran vivir siendo fieles a Cristo Jesús serán perseguidos, mientras que los malvados y los impostores progresarán, engañando a los demás y siendo engañados”. (2Timoteo 3:12-13) “…Te encomiendo ante Dios y ante Cristo Jesús que tiene que juzgar a los vivos y a los muertos durante su manifestación y su reino, que mientras el tiempo sea favorable, prediques la palabra, puesto que se acercan tiempos desfavorables. Organiza, reprende y exhorta con paciencia y destreza en la enseñanza, porque está al llegar el tiempo en que ya no soportarán la doctrina sana, e irán tras sus propios deseos rodeándose de maestros para escuchar lo que les complace, y retrayéndose de oír la verdad, se volverán a historias falsas. Tú sé vigilante en todas las cosas, soporta los sufrimientos y cumple con el deber de divulgar la buena nueva, mientras llevas a cabo tu ministerio con fidelidad”. (2Timoteo 4:1-5)

Hoy Cristo no ha despertado aún a la Congregación que administraba los dones milagrosos del espíritu, sin embargo él había dicho: “Id a todas las gentes y haced discípulos, enseñándoles a observar todo lo que yo os he mandado…” (Mateo 28:19) porque “…llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad”. (Juan 4:23-24) Y antes de subir a la diestra de su Padre en los cielos, se despidió de sus discípulos diciendo: “…he aquí que yo estaré todos los días con vosotros hasta el final del mundo”. (Mateo 28:20)

Cristo fue quien tras su resurrección, cuidó de la Congregación de Dios, dirigiéndola. Eligió a Pablo de Tarso cómo apóstol y separó mediante el espíritu, a Pablo y a Bernabé para la predicación de la buena nueva entre las naciones, (Hechos 13:1-5) puesto que la justificación y la vida que su sacrificio puso al alcance de los que mostrasen fe en él, estaban destinadas a toda la humanidad. Y aunque las persecuciones y la apostasía sumieron a la Congregación en el hades, él mismo volverá a levantarla en el momento establecido, pues dijo: “…las puertas del hades (el sepulcro) no prevalecerán sobre ella, (Mateo 16:18) y aseguró al apóstol Juan: “…yo soy el que comenzó y el que concluirá, el viviente. Aunque morí, ahora vivo por los siglos de los siglos y tengo la llave de la muerte y del hades. (Apocalipsis 1:17-18)

14 El apóstol Juan escribió: “Amados, no os escribo una enseñanza nueva si no una antigua que ya tenéis desde el principio. Esta enseñanza antigua es la palabra que escuchasteis, que es para todos siempre actual y más ahora, que las tinieblas se disipan con el brillo de la luz verdadera”. (1Juan 2:7-8) Y verdaderamente, “…la Palabra de Dios.. vive para siempre y… jamás viene a menos”. (1Pedro 1:23) Pablo decía que a través del tiempo, tres cosas permanecerían “…inmutables y son la fe, la esperanza y el amor. Y de todas ellas, la mayor es el amor. (1Corintios 13:13) Y por el amor que Cristo mostró a los hombres, aquellos que deseen servirle deben instruirse en “la enseñanza que nos llega del espíritu, para expresar cosas espirituales en términos espirituales”, (1Corintios 2:13) poniéndola en práctica y dándola a conocer. Porque el hacer “…pública la verdad sin falsificar con astucia la Palabra de Dios” (2Corintios 4:2) es la mayor responsabilidad de servicio que aquellos que ponen fe en Cristo, pueden prestar a sus hermanos. Y si bien esta labor implica derribar algunas tradiciones e ideas firmemente arraigadas, hay que mostrar confianza en estas palabras de Jesús: “Si os mantenéis en mi Palabra seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. (Juan 8:31-32) Como Pablo, no debemos pues ceder “…ni por un momento ante las exigencias de los falsos hermanos”, (Gálatas 2:4) teniendo sin embargo presente que: cada uno “…rendirá cuentas de sí mismo ante Dios, y si así son las cosas, dejemos de juzgarnos unos a otros, es mejor que reflexionéis en cómo no hacer tropezar y caer a vuestro hermano”. (Romanos 14:12-13)

15 Refiriéndose a su retorno, Cristo dijo en cierta ocasión: “¿Quién será el administrador fiel y prudente a quien pondrá el señor al frente de sus servidores, para que les de en su momento el alimento adecuado?” (Lucas 12:42) Mostrémonos pues en nuestro tiempo, el único que tenemos, fieles a nuestro Señor, alimentándonos y alimentando a quienes buscan a Dios, con la enseñanza sana, la buena nueva que Cristo trajo a los hombres; pues aunque nuestro poder sea poco, él dijo: “Quien es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; pero el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.” (Lucas 16:10) Así podrá él decirnos a su retorno: “¡Bien, siervo bueno y fiel! has sido fiel en lo poco… entra en el gozo de tu señor.” (Mateo 25:23)

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